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domingo, 28 de noviembre de 2010

Kirchner y los jóvenes: Lágrimas de compromiso

           Si a cualquier joven que durante los años ’90 se sentía marginado y expulsado de la política se le pregunta si se imaginaba que unos años después estaría atravesado de tristeza por el fallecimiento de un ex presidente, la respuesta, sin lugar a dudas, sería negativa.
Si se les preguntara lo mismo a los miles de jóvenes que durante el 2001 dijeron basta de neoliberalismo y salieron a la calle aunque fuera sólo para gritar su descontento a los cuatro vientos, la respuesta también sería negativa. La muerte de Néstor Kirchner produjo una escena impensada y sorprendente para muchos: miles de jóvenes llorando la muerte de un político. Claro que no de cualquier político sino de uno que asumió la rebeldía cómo modo de acción frente a los poderes reales, uno que no aceptó nunca las condiciones que imponía “el estado de las cosas” y que por eso era joven a los 60. Porque ser joven no es una categoría etaria sino una forma de pararse en la vida. Y Néstor era joven, quién lo duda. Y por eso los jóvenes nos identificamos con él.
La inédita y abrumadora reacción de tristeza popular y el innegable protagonismo de tantos pibes y pibas en la despedida de Néstor no pueden sorprender a nadie que no sea tan obtuso como para tapar el sol con la mano. Esas caras de chicos y chicas transidas por el llanto, haciendo esa cola interminable, se convirtieron, por su propia fuerza, en la imagen más representativa de esos días de duelo popular, hace un mes.
Para muchos, sobre todo para aquellos que entre el supuesto análisis periodístico y el más inocultable deseo venían pronosticando desde hace ya muchos meses el fin de este proyecto, esa contundente muestra de vitalidad política los puso en estado de sorpresa. ¿De dónde habían salidos todos estos pibes?, ¿qué cosa tan extraña había sucedido para que la juventud vuelva a creer en la política y, peor aún, en un político?
Tratemos de desarmar esa extrañeza, para concluir, finalmente, que el misterio no es tal.
Néstor fue el único presidente que terminó su gobierno con muchísima más popularidad que cuando lo empezó. Esa popularidad tiene que ver con que mientras todos los gobiernos anteriores terminaban su mandato con menos escuelas, menos hospitales, menos empleos, menos justicia, menos independencia y menos soberanía, Néstor terminó su gestión con una Argentina más justa que la que recibió, en todos los aspectos.
Kirchner asumió, como ya es un recontra lugar común decir, con más desocupados que votos, y con los fuegos de diciembre de 2001 en sus espaldas, y tomó la decisión trascendental de gobernar con la agenda de problemas que la democracia argentina no había podido resolver: la reconstrucción del Estado, la recuperación del mundo del trabajo, el fin de la impunidad y la reparación de un tejido social fuertemente dañado tras décadas de políticas neoliberales. El gobierno de Cristina, que continuó esa tarea, no ha hecho sino seguir esas líneas, profundizar esas medidas, y asumir una nueva agenda, acaso más osada.
Ante este panorama, lo extraño sería que los jóvenes no nos sintiéramos interpelados por un gobierno que ha tomado medidas que tan sólo unos años atrás parecían impensadas. Si vos hablabas de la necesidad de una asignación universal para todos los pibes pobres, de una ley que permitiera el matrimonio entre personas del mismo sexo, o de otra que finalmente democratizara la comunicación en el país hace no mucho tiempo, quien escuchaba te miraba con cara de “sí, todo muy lindo, pero eso acá es imposible. No te van a dejar. Hay intereses creados muy fuertes detrás de cada una de esas cosas”. Y sin embargo, todas esas utopías ahora son parte de nuestra realidad. Y eso, a los jóvenes nos reconcilia con la política porque nos propone la idea de que gobernar no es administrar lo posible sino transformar las cosas en beneficio de las mayorías.
Es más, sería muy preocupante que no nos hubiésemos sentido tocados por la decisión política de volver a mirar como hermanos a los países de Latinoamérica y decirle no a Bush, al Alca y a las relaciones carnales; deberíamos preocuparnos mucho si no nos movilizara una política soberana respecto del FMI, la generación de muchísimos puestos de trabajo, la apertura de paritarias, los aumentos a los jubilados y la revalorización de la salud y la educación.
Lo que pasa es que los jóvenes vimos gracias a su gestión que los ideales y las convicciones que nos llevaron a criticar a los gobiernos neoliberales, ahora son los que inspiran todas las decisiones de un Estado con un sentido social igualador.
Y si a los jóvenes nos criticaban porque no nos interesaba la política, ahora de pronto nos critican porque nos volvió a interesar. Lo que pasa es que a los grupos de poder que todavía conservan ciertos privilegios no les gusta para nada que los jóvenes hayamos adquirido la confianza de ser protagonistas de una nueva época.
Néstor se fue pero dejó un semillero de ideas profundas, de convicciones sólidas. Aquí, en la Argentina terrenal, quedó un pueblo despierto conducido por la mejor presidenta.
Entonces, Cristina va contra los monopolios mediáticos y ahí estamos para abrir las puertas a las nuevas voces. Cristina recupera los aportes jubilatorios para todos los argentinos y ahí estamos para distribuir la riqueza para todos los argentinos. Cristina va y los jóvenes la bancamos a pleno porque sabemos que ella banca a pleno a los jóvenes y al pueblo trabajador.
El proyecto de país nacional y popular no tiene techo. Cuando transformamos una injusticia en justicia social, empiezan a aparecer otras. Y una juventud organizada, abierta, original y alegre es la garantía de la continuidad y la profundización de las conquistas populares futuras.
Por todo esto, y por la certeza de saber que el futuro va a ser mejor que el presente, es que estamos más que nunca comprometidos para transformar este inmenso dolor en el más puro compromiso.
Por La Cámpora
Fuente: MIRADAS al sur – Director Eduardo Anguita

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