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martes, 14 de diciembre de 2010

El balance político

Hacia la profundización de un modelo de gestión


Resulta difícil hacer un balance de tres años de gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, mientras en el sur de la ingobernada Ciudad de Buenos Aires, centenares de pobres se enmarañan en una lucha campal que costó cuatro muertos en apenas unos días. Pero si es posible realizar un ejercicio de abstracción del contexto, se podría decir que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se ha caracterizado por un primer momento de profundización del modelo redistributivo que generó una fuerte confrontación con algunos sectores de poder concentrado, una segunda instancia de institucionalización de reformas, un tercer estado de recuperación escalonado de la fuerza propia sobre la base de la batalla cultural y una cuarta etapa basada en el ingreso de la dimensión humana en la política por causa de la muerte de Néstor Kirchner.
El bautismo de fuego de la presidenta fue, claro, la pelea por la resolución 125 que hacía móviles las retenciones a la exportación de los productos agropecuarios, especialmente la soja. La escalada de violencia verbal, cierta dificultad por parte del gobierno para resolver la cuestión con habilidad política y luego el brutal paro y corte de rutas de casi 50 días –con desabastecimiento, marchas, cacerolazos, y “esmerilamientos” destituyentes– colocaron a la presidenta en un piso de popularidad que se reflejó en las elecciones de junio de 2009. Pero, al mismo tiempo, constituyó una fuerte identificación ideológica con un sector de la sociedad que le permitió celebrar un nuevo contrato ideológico gracias al enfrentamiento de uno de los pilares –ese conglomerado contradictorio y difuso que se llamó el campo pero que estaba simbolizado en la Sociedad Rural– de la vieja Argentina. Es decir, en esa pelea el gobierno perdió apoyo de una parte de la sociedad pero logró fidelizar, de alguna manera, a su propia clientela.
Atravesada por el impacto de la crisis financiera internacional, el gobierno surfeó el vendaval hasta las elecciones de junio de 2009. En las legislativas, sufrió un duro golpe: la pérdida de la mayoría en ambas cámaras. Pero tras unos días de aparente zozobra, en el que ya muchos políticos, periodistas y empresarios comenzaban a estudiar la forma de cambiarse de barco en plena tempestad, la presidenta recuperó la iniciativa política y fue por más. Apostó a la ética de las convicciones y fue el momento en que mejores frutos rindió su estrategia. Porque el kirchnerismo, hay que reconocerlo, es mucho más seductor y convocante acumulando poder que consolidándolo o institucionalizándolo.
En los meses que van entre junio y diciembre de 2009, la presidenta selló un nuevo acuerdo político con un fuerte sector de la sociedad argentina que hasta ese momento daba su tibio apoyo pero no se había hecho escuchar con la fortaleza que lo hizo después. La letra de ese acuerdo fue el conjunto de leyes que sancionó el gobierno aprovechando los últimos meses de mayoría parlamentaria y entre los que se encontraban la Ley de Medios, la reestatización de las AFJP –un fraudulento sistema jubilatorio a punto de quebrar y de dejar sin jubilaciones a la miles de ancianos–  y la nacionalización de Aerolíneas Argentinas. Al mismo tiempo, implementó la Asignación Universal por Hijo, que beneficia a más de 3,5 millones de chicos de hasta 18 años, los que para acceder al beneficio deben cumplir con el calendario de escolaridad y el régimen de vacunación, creando así una política de inclusión social efectiva y eficiente.
El 2010 fue el año en el que el gobierno cosechó lo sembrado en el segundo semestre del período anterior. Las fiestas del Bicentenario quebraron la lógica del descontento impuesto por los medios de comunicación que veían afectados sus intereses por la nueva Ley de Servicios Audiovisuales: millones de personas manifestaron en la calle que estaban a gusto con su argentinidad, más allá de los partidismos y más allá del clima de terror que querían imponer los medios hegemónicos. Envalentonado por los buenos resultados del Bicentenario, el gobierno mandó al Parlamento la ley de matrimonio igualitario, un proyecto de ampliación de ciudadanía y de igualdad civil que contuvo al más del 10% de la población, pero que además lo reconcilió definitivamente con el sector progresista no antiperonista de la clase media.
La muerte de Néstor Kirchner trastocó el mapa de situación. El ingreso de la variable humana en la política condicionó el sistema de pesos y contrapesos en el apoyo a la gestión de gobierno y en la imagen positiva de la presidenta de la Nación. Fue un cimbronazo hacia el interior y exterior del sistema político argentino.
Resulta curioso que por primera vez en muchos años, cuando se hace un repaso de una gestión de gobierno, queda afuera la variable económica. El gobierno de Cristina Fernández, pese a la furibunda crisis internacional, no pasó mayores sobresaltos en materia de economía. Los datos macro están controlados desde 2003: tipo de cambio competitivo, crecimiento a tasas altas, inflación controlable, aumento de la obra pública generadora de empleo, descenso razonable de los índices de pobreza e indigencia, buenas tasas de inversión, de consumo y de relativo ahorro.  Con la economía controlada, entonces, el gobierno pudo discutir de igual a igual con algunas corporaciones y ciertos grupos concentrados de poder. Pasaron la Sociedad Rural, Clarín y La Nación, la Iglesia Católica, la AEA, el Grupo Techint, entre otros.
Finalmente, en todo este año, el gobierno se ha encargado de discutir la cultura. Ya lo había dicho hace unos años la presidenta cuando anunció en la revista Debate que el verdadero cambio era cultural, pero jamás se había puesto tan en entredicho el relato de la argentinidad oficial como en este Bicentenario. Los discursos periodísticos, históricos, valorativos están en cuestionamiento constantes por una sociedad que comienza a plantearse las verdades absolutas y los profundos prejuicios de los últimos 30 años.
Unos de los prejuicios más feroces que dominan a los argentinos son los de la xenofobia y el racismo. Desarticular ese entramado es una tarea fundamental para los próximos años. Como lo es también resolver los problemas estructurales de la pobreza y la miseria. El gobierno nacional debe ajustar las tuercas para evitar que, tanto en las provincias como en la Ciudad de Buenos Aires, ese complejo reaccionario se cobre más vidas.
El gobierno de Cristina Fernández se caracterizó, entonces, por la responsabilidad fiscal, por la tracción hacia la redistribución del ingreso en todas sus formas, por la igualación de derechos y la ampliación de ciudadanía, por la democratización de los espacios de producción de discursos y por la alineación internacional con los países latinoamericanos. El 2011 será quizás un año clave para todos los argentinos. Las elecciones presidenciales son fundamentales para el futuro de este país. Se discuten dos o más formas de vivenciar la Nación. Entre un modelo que ha demostrado más aciertos que errores y un “desmodelo” que ha evidenciado falta de gestión y de política, e irresponsabilidad social y económica. Entre la vieja Argentina que muere y la nueva Argentina que bosteza, como diría Antonio Machado de sus Españas.

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